domingo, 21 de noviembre de 2010

LAS ENERGÍAS DE LA TIERRA.

Sabemos por la ciencia que los seres vivos son, además de materia densa, un campo electromagnético vivo y en movimiento. Nuestro planeta emana una cierta frecuencia de naturaleza electromagnética procedente del centro de la Tierra. A lo largo de millones de años de evolución biológica todos los seres vivos nos hemos adaptado a esta emanación natural. Es más, sin ella nos sería muy difícil la vida. Pero ¿qué ocurre cuando en ciertas partes del interior del planeta esa frecuencia natural se ve alterada? La respuesta es obvia: todo ser vivo que se encuentre en su vertical sufrirá esa anomalía energética, aunque hay excepciones, como en todo. Por supuesto que el grado de alteración dependerá del tiempo de exposición, de la intensidad de esa frecuencia y de la resistencia o nivel de energía del ser que la recibe.

Pues bien, el ser humano no es una excepción a esta regla: sufrimos al vernos expuestos a este tipo de irregularidades energéticas procedentes del interior de la Tierra.. ¿Y cuáles son estas anomalías telúricas? Veamos unas cuantas:

- Corrientes de agua subterráneas naturales, bien en forma de arroyos o en forma de embalsamientos, tipo laguna o capa freática.

- Fallas, rupturas y todo tipo de discontinuidades del terreno.

- Bolsas e aire o gas.

- Cuevas, galerías y todo tipo de oquedades subterráneas.

- Venas de metal, antiguas minas o yacimientos.

- Ciertos pozos.

- Alteraciones de las líneas naturales de energía con las que se ordena la fortísima frecuencia proveniente del centro de a tierra: son las conocidas líneas Hartmann, Curry, Peyré y otras.

- Cualquier combinación de dos o más de las anteriores.

Pasando a un nivel más practico podemos preguntarnos ¿qué ocurre si nuestra cama se sitúa en la vertical de una de estas alteraciones? Pues al principio, no mucho pero con el paso de los meses y los años nuestro organismo acusa dicha geopatía y acaba por perder las defensas y enferma casi irremediablente...

Lo mismo vale para nuestro lugar habitual de trabajo, nuestro sofá o sillón favorito y en general, cualquier lugar donde pasemos mucho tiempo. Es obvio que los animales y los niños pequeños son mucho más sensibles a estas alteraciones, por lo que observaremos, por ejemplo, si nuestro bebé aparece cada mañana en un lado de la cama, huyendo del lugar en el que comenzó a dormir la noche anterior. Los animales domésticos como el perro, el caballo, las ovejas, vacas, etc son buenos indicadores de lugares sanos, pues se nutren de la misma energía que nos beneficia a los seres humanos. No así los gatos, hormigas, abejas, avispas y ortigas, por ejemplo, que buscan sitios alterados para descansar o vivir.

En definitiva, se trata de hacernos responsables de los lugares que elegimos para vivir, descansar o sencillamente estar. Tomarnos el tiempo para sentir un sitio no es ninguna extravagancia ni nada teñido de misticismo: es vital para nuestro bienestar. En poco tiempo podremos observar cambios evidentes en nuestra percepción, sensaciones corporales que nos dicen si el lugar es beneficioso o dañino para nuestra salud. Es solo cuestión de tiempo, práctica y paciencia.

En próximos artículos ahondaremos en estas y otras cuestiones. Mientras tanto...

¡SIENTE TU SITIO!

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